Inflación verbal


BOLETA DE IDA Y VUELTA

Cuando un escritor encumbrado presenta al público una nueva obra los periodistas interrogan y le obligan a dictar algo de doctrina o pronunciarse sobre lo divino y humano. Le ha tocado el turno al Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013 Antonio Muñoz Molina, quien anda presentando Como la sombra que se va (Seix Barral), una narración con dos historias, la de los pasos de James Earl Ray, asesino de Martin Luther King, por Lisboa y la del propio escritor que recuerda el viaje a esa ciudad donde escribiría El invierno en Lisboa, novela que lo consagró consiguiendo los premios de la Crítica y el Nacional de Literatura. Dice Muñoz Molina que hay una inflación verbal «a la que no quiero sumarme», en un contexto en el que el entrevistador alude a la situación social de España hoy. Hay que recordar que el escritor ya se pronunció con su libro Todo lo que era sólido. Inflación verbal... curioso concepto, quizá acertado en una sociedad donde la libertad del ciudadano cede ante la pasividad del consumidor, en palabras del filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1956) dentro de la tradición filosófica muy alemana, que comunica escribiendo en alemán. Una sociedad, además, cabreada al parecer contra todo lo que se mueve, tal como nos aseguran los medios de comunicación social. Ese consumidor que tiene el derecho a votar, pero que reacciona de forma pasiva a la política, que refunfuña y se queja y demanda a los políticos elegidos, a su vez denostados, que provean de las medidas que satisfagan sus demandas, como reclamación de ‘y de lo mío qué’. Los proyectos colectivos, más allá de las propuestas de suicidio, son cosa pesada de asumir y la participación activa de la ciudadanía una pesada carga que hay que rechazar; mucha inflación de palabras, principalmente para denigrar, y mensajes en el barullo de la red en píldoras de 140 caracteres, además de palabras mágicas como: Podemos. El político igual que un proveedor de pizzas a domicilio. Y si no me gusta la devuelvo.


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