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Mostrando entradas de mayo, 2012

Un síncope

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Alguien que conoces remotamente desaparece de tu vida sin pedir permiso. —Tu debías conocerlo. ¿Sabes que Nené ha muerto? El óbito te provoca desazón. No sabes al punto de quién te están hablando, pero algo en tu azotea comienza a investigar al instante. —Sí que lo tienes que conocer. Más tarde tecleaste su nombre en Google. Aquel nombre algo te dice. Lo viste cuando subió al autobús. Recuerdas como se sentó a tu lado y te entregó una octavilla fotocopiada. Cambiar este mundo desde el Ayuntamiento. Un desatino de tantos, pensé cuando me hablaba en el autobús, camino del trabajo. Murió de un síncope. Esas pequeñas cosas de la vida cotidiana.

El plan de Gabriel

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Fue aquélla una explosión sorda que asustó a todos los viajeros, inofensiva. Aunque el reventón de la cámara de la bicicleta de un ciclista que acortaba distancias en tren, cambiaría la percepción de las cosas que hasta aquella tarde de un invierno benigno tenía Gabriel. Bajó en su estación con el corazón encogido, todavía; poseído de un odio infantil hacia las maquinas de pedal o, más precisamente, hacia los esforzados militantes del sudor que las manejan, capaces de sobresaltar en las aceras y de ser cómplices en despedazar sin remedio pensamientos sutiles en los vagones de los trenes. Gabriel comenzó a andar. Nunca había caído en la cuenta de que en su ciudad hubiera tantos ciclistas entorpeciendo su camino. Aquello era serio. Al llegar frente al portón de su amado hogar tuvo la inspiración del plan antes de  girar la llave. En el telediario local de hoy he podido contemplar a cientos de ciclistas en manifestación. Imposible circular por esta ciudad, donde todos pinchamo

Manual para subir una montaña

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No son éstos los tiempos para pusilánimes ni para irresponsables ni bocazas. Detuvo su mirada unos segundos en esta frase que acababa de escribir. Luego cerró el cuaderno y dejó sobre la tapa el lápiz. La luz lechosa que difuminaba la habitación delataba que fuera seguía nevando. Caminar contra la ventisca resultaba penoso, sin embargo sentía placer. Dos horas más tarde estaba de vuelta, frotando sus manos al calor de la estufa. La luz  dorada ahora brillaba oscilante en la habitación. Los hombres estoicos siempre han advertido a los epicúreos de que todos los tiempos no son aptos para los pusilánimes, irresponsables y bocazas, continuó escribiendo con letra picuda en aquel cuaderno. Patio sevillano, mayo.