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Mostrando entradas de enero, 2014

Trapicheo

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Microcuento El coche subía y bajaba las colinas por calles estrechas. Su conductor, callado, apuraba las curvas. Frenó en seco, se bajó, volvió un minuto después y arrancó bruscamente el taxi. Arrojó la bolsita al cliente, en el asiento trasero. “Hachís afgano auténtico”, dijo. Sus ojos guiñaron en el espejo retrovisor. 

A propósito de los enervados

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BOLETA DE IDA Y VUELTA Los eruditos hispanistas han coincidido en calificarnos de seres en acción, puro nervio y poca templanza a la hora de diseñar nuestro futuro. Quienes vivimos el presente que marca el día a día podemos reconocer que somos nerviosos; excitación que se traslada a los medios de comunicación, cuya realidad difundida levanta actas efímeras del baile de san vito nacional, una metáfora, pues quienes padecen la enfermedad de Huntington tienen un problema de salud serio. En este panorama, que no es novedoso y sí muy en la tradición española, sienta mal el marianismo, ese calificativo periodístico que trata de retratar la flema del actual presidente del Gobierno. No importa que Barack Obama lo reconozca ahora como líder, al menos para los españoles. Le echan en cara la cachaza que le ha permitido sobrevivir a las acechanzas de su propio partido, la crisis de una derrota electoral, al purgatorio de la oposición, al triunfo agridulce de una mayoría en el Congreso

Frente a la horca troquelada

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Cartas a Justo En Biddi Mulligans, frente a la horca troquelada en el suelo de Grassmarket, sirven una cerveza artesanal más que decente y también chocolate aguado, que algunos entienden como belga, que es el que a Frida le gusta este mediodía frío de Edimburgo, en cuyas esquinas el viento cuartea los labios. Hablamos de las anémonas: cosas nuestras. También de la impresión que le dejó tu reciente estancia y es que me dice te vio sorprendentemente activo; “vital”, dijo. Está visto, no vamos a vernos en tiempo. Volaste hacia Hong Kong. Un escueto mensaje: ¡Me piro, nos escribimos! Te escribo. Lo de las anémonas, hermosa trampa venenosa para despistados, es nuestro Macguffin; nos permite a Frida y a mi descontar años, con la ilusión de que todavía podríamos desafiar las olas en la playa de San Lorenzo de madrugada, en aquel momento en el que el Arenal se lavaba la cara y comenzaba a vestirse de responsable. Aquellas noches eran pura promesa. Me cuen