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Mostrando las entradas etiquetadas como Literatura

La pecera

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  Tenía una mirada oblicua. Más que observar el mundo, interrogaba a su interlocutor sin intimidarlo. Era una forma de mirar depredadora, sin sospecha para una inocente víctima. Claro que en aquellos años siempre había que ser prevenido, desconfiar de las apariencias, profundizar en cualquier alma propensa a la traición. Lucía un porte revolucionario a lo 1920, con toques trotskistas, como sacado de una vieja fotografía. En 1976 acababa de ingresar como tubero con experiencia en un taller de la zona industrial al oeste de la ciudad. Hijo de obrero metalúrgico, con estudios de maestría; disciplinado. Ferviente marxista, atiborrado de lecturas tricotadas en el materialismo histórico y dialéctico. Era un tubero con gafas de pasta negra. Acostumbraba a hablar en voz baja, protegida de las escuchas no deseadas, salvo en los mítines, donde su trino chillón navegaba sobre olas de ignorancia para timonear el despecho hacia la verdadera ruta revolucionaria. Era asiduo, a la caída de la noche, d

Trapicheo

El coche subía y bajaba las colinas por calles estrechas. Su conductor, callado, apuraba las curvas. Frenó en seco, se bajó, volvió un minuto después y arrancó bruscamente el taxi. Arrojó la bolsita al cliente, en el asiento trasero. “Hachís afgano auténtico”, dijo. Sus ojos guiñaron en el espejo retrovisor.  

El duelo

E n la carta de navegación la posición era deprimente, quedarían días de navegación hacia ambas costas. En mitad del Atlántico Norte, el barco en silencio a merced del tobogán de las olas. Sin propulsión y con un marinero enfurecido navaja en mano. Morir ahogado o apuñalado. Cargó la pistola, convencido. El comienzo de una historia...

La ola

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L legó una gran ola y ahogó la ciudad. Aterrado, saltó de la cama. Amanecía. Buscó a través de la ventana la playa que aguardaba al sol. Entonces escuchó el rugido. vio el muro que hervía. Dio media  vuelta entre las sábanas y se conjuró con el sueño.

El bebedor de ‘chinchón’

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Sentada a la barra del bar tal parecía una hermosa estatua fina y orgullosa. Sus dedos tecleaban en el móvil con destreza. Absorta. Justo hasta que entró su hombre en el local. La besó. Pidió al barman dos bocadillos, sin calentar, y salió veloz tras pagar. La estatua de dedos danzarines sacó de la máquina dos cajetillas de Marlboro y salió disparada tras él, que la esperaba en un Audi rojo estacionado en doble fila. Rugía el tráfico calle abajo. Aparcar un coche en doble fila en esta capital puede acarrear una merma económica importante para el bolsillo y será obligación correr para que no te pillen, barajó en un su pensamiento sobre la pareja de jóvenes el bebedor silencioso dedicado plenamente a observar su pequeño hábitat. O, por la hora, se les habrá echado el tiempo encima para recoger sano y salvo a su bebé en la guardería o a la parejita en el colegio. El bebedor impasible pidió que le rellenaran la copa de chinchón .

El gran narrador de naderías

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R ecordaba aquella cantina que había sobrevivido a las locomotoras de vapor, tan queridas con sus nombres de mujer. Todavía entonces seguía aferrada al pálpito vital de la ciudad, arañando cada día al calendario, que le empujaba al final de un túnel en donde acechaba la piqueta a manos del mejor postor por aquella parcela céntrica, bien valorada para los planes ferroviarios de los trenes de vía estrecha. El progreso había sentenciado que estarían mejor bajo tierra, en otro lugar, en una estación intermodal racionalista, con sus quioscos de diseño listos para despachar bebidas servidas en vasos de un solo uso y sándwiches insípidos; sí, bien decorados para ganar al estómago por los ojos. Al entrar siempre olía a serrín húmedo. Lo único que se renovaba ritualmente en la cantina cada año era la fotografía del Sporting reproducida a doble página por el periódico, colgada con chinchetas en la pared frontal tras el mostrador. La taberna era oscura, incluso bajo el sol de ju

Sono Pazzi Questi Romani

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Has vuelto al Mar del Japón y navegas entre más al sur del paralelo 32 y por encima del 44, con Frida. Contemplo en las cartas nombres evocadores, Hokkaidō, Kyushu, Honshu, Sajalín, Kanmon, Tsushima. Esos paisajes de islas y estrechos que solo puedo soñar. Evocaciones de remotos pueblos asiáticos en las frías aguas del estrecho de Tartaria. Frida me envía uno de sus besos ardientes –son sus palabras– que alimenta mi nostalgia. Estuvo contigo en las Islas del Rosario; desde entonces está contigo. Dices Justo que el augurio del Apocalipsis tiene larga y saludable vida desde el lejano tiempo de los desplazamientos de las hordas. Tienes razón. El caso es que una vez producida la catástrofe, a continuación la vida vuelve a sus trabajos, aunque se haya provocado un después totalmente ajeno al antes. Es curioso que cuando en España el Estado de derecho muestra su musculatura, se detienen a los villanos y se los lleva ante los jueces, los relatos apocalípticos logren éxito editorial. ¡

Atropellos contra el común

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A la espera de que el Apocalipsis arrase la España democrática, según los augurios apasionados de más de un opinante profesional en ese círculo ideológico que va de la extrema izquierda al punto de partida, tras rebasar a la izquierda, dejar atrás el centro, adelantar a la derecha y aparcar en la extrema derecha, justo junto a la otra extrema. Mientras se espera con mayor o menor impaciencia habrá que cuidarse de los atropellos sibilinos contra el común, por mor de una sociedad civilizada en la que impera lo políticamente correcto. Ese tipo de puñeterías que provocan que el Bombita ( Ricardo Darín ) de Relatos Salvajes, impactante película de Damián Szifrón , adopte una decisión explosiva para hacer su justicia, eso sí, sin causar daños irreparables a la gente. A pesar de la recomendación de Horacio sobre que «no se da mala vida quien de nacimiento a muerte pasa desapercibido» hay ciertos signos preocupantes del atropello enmascarado en todo camino sembrado de

El afán de cada día o como todo sale mal al final

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Si el Lazarillo hubiese tenido en sus manos una de esas tarjetas VIP de Caja Madrid habría de aplaudir con más ardor el sermón del dispensador de bulas: “Hermanos míos, tomad de las gracias que Dios os envía a vuestras casas”.  Aquella picaresca, transformada en latrocinio. Suma y sigue para que haya españoles en esta década sumidos en la melancolía, airados y hasta resentidos, por los ladrones de guante blanco; por aquellos que han utilizado sus labores políticas para dejarse corromper; por la vesania en la administración de los bienes públicos de gobiernos, como mínimo, incompetentes; por la lentitud y hasta desidia de quienes ejercen el poder judicial y la fiscalización de los delitos. Y como todo sale mal al final, en este ciclo borrascoso el Gobierno de Cataluña amenaza al resto de España con la secesión. Españoles que son el nicho de mercado electoral para todos los enemigos de las sociedades abiertas, bajo diferentes marcas de consumo que se ofrecen e

Epílogo a una lectura en el último tren nocturno

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Luz Secreta .  Celeste Caro . Fénix Editora  www.Fenixeditora.com ISBN 978-84-941511-4-8. 58 págs. Este libro habla de amor y abismo. Quimera en la búsqueda y vértigo en la caída. El amor como llamada de una idea que invita a un camino de deseo y pasión para alcanzar lo que puede sea flor de un día o un espejismo donde uno se vea, al fin, solo y único en el fondo del precipicio. No hay nada que merezca tanto esfuerzo como amar. Pues amar es la forma de compartir que tenemos los humanos para soportar la vida, entre la nada y la nada. Habla de amor y del abismo, el libro. De ese amor carnal, pasión, deseo, placer, llevado por pasos inseguros, cuando un ligero resbalón supondrá la caída en el abismo; no otra cosa que recordar con nostalgia lo que no pudo ser, la persona amada, enfrentarse con la realidad de una habitación solitaria en la que el silencio no se ocupa ni con los desgarros armónicos de Bach. Ni siquiera la huída aportará alivio tras la primera noche de

Una amarga gota

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Microcuento Imposible tocar La Comparsita y creer que se puede ser feliz. Dejó de tocar. Colocó el acordeón en el rincón que lo esperaba. Vio su espalda, aquel cuerpo en trajín, preparando algo que comer. El rumor de la lluvia les llegaba desde el patio. Si tu supieras, quiso decir; quiso.

El duelo

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Microcuento En la carta de navegación la posición era deprimente, quedarían días de navegación hacia ambas costas. En mitad del Atlántico Norte, el barco en silencio a merced del tobogán de las olas. Sin propulsión y con un marinero enfurecido navaja en mano. Morir ahogado o apuñalado. Cargó la pistola, convencido. Cramond

Si yo te dijera

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Microcuento Resulta un imposible interpretar La Comparsita con una sonrisa. Desconsuelo, lamento, no hay m á scara con la que ocultar. Pero el viejo de la plaza sonre í a a su p ú blico voluble, que los ve í a cual aparecidos en su camino. La vieja, uno y dos, sus pasos empujaba al ritmo de la pandereta.

Trapicheo

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Microcuento El coche subía y bajaba las colinas por calles estrechas. Su conductor, callado, apuraba las curvas. Frenó en seco, se bajó, volvió un minuto después y arrancó bruscamente el taxi. Arrojó la bolsita al cliente, en el asiento trasero. “Hachís afgano auténtico”, dijo. Sus ojos guiñaron en el espejo retrovisor. 

Volver a nacer

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Microcuento Noche en el Trópico. Hermosa cúpula estrellada. La estela fosforescente del barco abre un camino hacia el horizonte, donde aún una difuminada línea malva se despide. Tiene planes, muchos... un camino que disuelve la mar. En Nueva Orleans su mundo será un viejo recuerdo. Pisará tierra y volverá a nacer.  Otoño, playa de La Barrosa

Navega en el ábside

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Microcuento Durante el verano el ballenero navegaba jactancioso en el ábside. Al sol del atardecer por encima de los susurros de los fieles. Amén. Aquel año, en la Misa del Gallo, su proa afrontaba los vientos del nordeste. El monaguillo oía aquellos pantocazos junto con el ‘tilín tilín’ de la consagración.

El combate

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Microcuento Despertó el alba y estalló el silencio entonces. Escuchó los latidos de su corazón, asustados. Quedaban los rescoldos de varias hogueras en la colina. Comenzó a contar números sin sentido, con orden. Hasta que el primer zumbido de un mortero descuartizó el miedo. La tierra, paja seca en su boca.

La fe del monago

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Microcuento Sin llamar, le asaltó el miedo cuando las hojas rojas invadieron el atrio, sin ruido. A la iglesia a oscuras tras la misa. A volver de noche por la carretera de Urresaranse. A las voces tenebrosas que sonaban en su cerebro infantil. Aquel otoño se enfrió su fe de monago. Danza en el aire

Un viaje terrorífico en las astas de la muerte

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Eso es lo que emprendió David Galván , un viaje terrorífico en las astas de la muerte, en crónica taurina de Rosario Pérez , desde Jaén para ABC, cuando el toro Durmiente anduvo despierto, cogió de la taleguilla al matador y lo arrastró como un muñeco. Descripción de éxtasis para el viajero romántico, presto a leer periódicos que no hacen ascos a la tauromaquia. Lo cierto es, que cada cual ve la fiesta según su particular interés; fiesta, ahora, en el sentido de vida en sociedad. Si a ello agregamos unos gramos de ideología, pues el mundo interior tendrá tintes de las izquierdas o de las derechas. Este que escribe prefiere hablar de plural, tras haber aprendido con el creador del materialismo filosófico Gustavo Bueno que la reducción a una sola derecha o una sola izquierda es una trampa que lo lía todo. Una trampa que funciona en el planeta de las mentes planas. Si hay dos: izquierda y derecha, el juego de silogismos es más sencillo, las películas tendrán siempr

Teatro para principiantes

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Microcuento En sus manos, recién descubierto, trató de crear un itinerario hasta esta noche. Treinta años. Se encontraron en una biblioteca de barrio obrero y aparecía en la suya, sepultado entre los libros del pasado. Sí, habían viajado juntos entre distintos hogares. Sus hojas, papel viejo. Entonces él quería ser actor. Una imagen Puerto de Luanco, costa asturiana.