Marear la perdiz
El caminante que disfruta con los gozos y sufre las penurias del vivir se pregunta en alguna que otra jornada del andar sobre quiénes son los necios conjurados, empeñados en gobernar para salvarnos de amenazas y males y en mantener este privilegio con tan buena soldada como compensación por su sinvivir. El convite claro que lo pagamos entre todos; ni los llamados vulnerables se libran, dado que es difícil sortear el impuesto al valor agregado, del que no se libra tampoco la barra de pan. A casi todos les es grato mandar, siempre que te obedezcan, por el miedo connatural al siervo. En el caso del estulto confabulado, éste no se conforma con tan poca cosa para su ambición; Su afán es apoderarse de la potestas otorgada por la sociedad civil para disponer de poder con lo que hacer de su capa un sayo. Siempre en nombre de los ciudadanos, que resultan ser individuos asustadizos, errados en comportamientos y sin visión de futuro. Con el presente tienen suficiente tarea para no aburrirse. En