Un destino por inventar



Reniegas de los hastiados de tanta repetición, de tantos y más dejados a la vaguedad del hálito del bostezo. Arremetes contra mi último apunte para un tratado del bostezo. «No hay noria sin pausa», arremetes en tu berrinche fundamentado, Justo. Tú, que tanto detestas el pensamiento débil.

«Ese pensamiento anémico os adormece con los arrumacos de la bestia», escribes. Tú, que en su día te asomaste a la orilla de la costa oteando el horizonte de la desesperanza y te hiciste a la mar persiguiendo un destino por inventar.

La bestia, ese pueblo llano consentido, servidumbre voluntaria que teme más a la libertad que a la muerte, esta porque siempre llega para los demás… eso creen en su presente edulcorado con grandes dosis gratuitas de espectáculo fantástico, donde ni espacios ni personajes, nada es lo que parece. Esta es tu argumentación, Justo, en esa carta que me has remitido con la urgencia y la prontitud de un e-mail.

«Tu bostezas», me acusas, «como tantos otros compatriotas». Mientras, los señores del odio muestran a la luz sus cartas con palabras simples y mentirosas, cuando quieren decir masa al dar testimonio de igualdad; grey al abrir los brazos a la fraternidad; dependencia servil al dibujar un espacio de libertad, que es el cielo de promisión de todos los dictadores que han sido y vendrán. Así te expresas, Justo, incluso con palabras que no reproduzco en honor de nuestra amistad, que requiere de un velo íntimo para determinadas circunstancias, difíciles.

Se adueñan del concepto pueblo y en su nombre cualquier canalla marca el destino de los siervos voluntarios y señala el camino del infierno a los propios y al enemigo. «No seas ingenuo, hastiado de la noria, adormilado bostezante». Sobre todo me recomiendas que no me comporte como un imbécil despreocupado. «Los lobos andan sueltos al acecho del aprisco de nuestro Estado del bienestar, en la realidad Estado benefactor que necesita ciudadanos indolentes, sin siquiera valor para defender el redil», dices, Justo, y consiento en que no te falta razón.

Consiento también en que nuestra desidia, tanta, es arma fundamental y gratuita de tanto enemigo de la sociedad libre en manos de la partida del odio.

Un último apunte de esta carta desconsolada: ¿tienes alguna noticia de Frida?


Como siempre, un abrazo, compañero.

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