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Puede observarlos ahilados en ambas orillas del canal. Esperan sin alma la subida del mar para escapar a la navegación. Un ciclo que vuelve y vuelve, tal que una oportunidad que se desea, llega y se escapa, dado que los barcos que está observando están anclados al firme del cenagal.

Zarpar con el calado suficiente sería el inicial empuje de una singladura, un viaje, una aventura con todos los riesgos que el común suele rechazar por instinto. Como anuncia el cielo de esta fotografía el mundo real es frío, inhóspita naturaleza, incluso cuando el sol provoca que la ciénaga hierva, si acaso se derrota desde este rincón de la costa escocesa, cercano a Edimburgo, hacia las proximidades del Ecuador.

Siempre estará presente en la existencia de todo ser libre el miedo ante el vivir. Un rechazo universal que arrastra a los miles y miles de mansos que pueblan las sociedades del planeta Tierra.

Estos, siervos voluntarios, se sienten empujados por la vida; una vida que confiesan detestar, esto dicen, si bien reconocen en su soledad que la no existencia, lo desconocido, les aterra. Prefieren estar a las duras que desaparecer, que es el no ser.

Esto mismo lo sabe el humano que trabaja su libertad. Unos trabajos en los que no pocos fracasos abren la estela de nuevas singladuras. También se puede naufragar. Asimismo, nadie te va a garantizar la llegada a ese puerto del no existirás.

Todos los finales felices de la memoria alimentan las artes de la narración para mejor gloria de sus seguidores y el fomento de nuevos adeptos a la congregación.

Es un tópico literario señalar que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. ¿Qué orden tendría por rango pues la de los contadores de historias? ¿Que decir del pintor anónimo de las cuevas de Altamira?

A todos los seres que hablan lo que más les entusiasma, lo que más les obnubila, es que le relaten el sueño de qué bello es vivir.


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