Cartas a Justo En Biddi Mulligans, frente a la horca troquelada en el suelo de Grassmarket, sirven una cerveza artesanal más que decente y también chocolate aguado, que algunos entienden como belga, que es el que a Frida le gusta este mediodía frío de Edimburgo, en cuyas esquinas el viento cuartea los labios. Hablamos de las anémonas: cosas nuestras. También de la impresión que le dejó tu reciente estancia y es que me dice te vio sorprendentemente activo; “vital”, dijo. Está visto, no vamos a vernos en tiempo. Volaste hacia Hong Kong. Un escueto mensaje: ¡Me piro, nos escribimos! Te escribo. Lo de las anémonas, hermosa trampa venenosa para despistados, es nuestro Macguffin; nos permite a Frida y a mi descontar años, con la ilusión de que todavía podríamos desafiar las olas en la playa de San Lorenzo de madrugada, en aquel momento en el que el Arenal se lavaba la cara y comenzaba a vestirse de responsable. Aquellas noches eran pura promesa. Me cuen...