Lacónico mensaje

Cartas a Justo “No seas idiota”. Una alarma reiterada dos veces había precedido la aparición del mensaje en la pantalla de este teléfono al que han bautizado con el sambenito de inteligente. Me había asustado. No por el mensaje. Por aquellos dos campanillazos a deshora. Era él, resucitado. Pero el mensaje no traía prospecto, sin más explicación. ¿Por qué iba a ser idiota?, tecleé en respuesta inmediata. Por qué puedo ser idiota, aquí, ahora, Justo; por qué, pensé, entretando el aparato despegaba el contenido de la pregunta con el susurro de un cohete elevándose en el horizonte lejano. No hubo contestación. Como no ha habido tampoco a mis cartas, que imagino descansando en el buzón silencioso de todos esos mensajes perdidos. Quise provocarte con un cuaderno de quejas sobre los espejismos del alma. Con otras protestas sonrojantes sobre el imperio de la mentira; las mentiras cual verdades reveladas. Te dije que Frida vino, todavía sigue aquí, que...