Crónica de papel salmón

Cómo jerigoncea la jerigonza cimarrona en la boca del señor que dice Diego donde dijo digo. ¡Quítese allá un punto! Y dos décimas de añadidura, que el deber de pago es obligación; que no triquiñuelea, salvo de parte de ardid, un hombre de do de pecho. Claro que haberlos, haylos, los de do en pecho con traje de corte bien sastreado, uniforme muy adecuado para camuflar el tocomocho. Señoras de postín que no falten tampoco a esta merienda de negros; nada de género hay en el trasunto, que en cuestión de do, el pecho también lo da la soprano. Pajarín, que te siseo con esta sonrisa que el Todohacedor me ha concedido por graciosa majestad. Un puntín con dos decimillas de calentura, que nada es apenas ese puntazo de quince mil millones que se queda en la caja fuerte, a la espera de mejor ventura, quién sabe, o de desgracia si llegan mal dadas por las tronantes órdenes de quienes aviesos lo quieren todo. Todo y más, si se inventa el modo. Do de pecho digo Diego, que en habiendo molinos, yo les bajaré los humos a los contables de este infierno. Que entre pillos anda el juego y chamuscado acaba el mejor cristiano con la ofensa de la traición.


Es la noria de la Concordia; es la noria que gira y gira en esta danza de locos.

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