Marear la perdiz

 



El caminante que disfruta con los gozos y sufre las penurias del vivir se pregunta en alguna que otra jornada del andar sobre quiénes son los necios conjurados, empeñados en gobernar para salvarnos de amenazas y males y en mantener este privilegio con tan buena soldada como compensación por su sinvivir. El convite claro que lo pagamos entre todos; ni los llamados vulnerables se libran, dado que es difícil sortear el impuesto al valor agregado, del que no se libra tampoco la barra de pan.


A casi todos les es grato mandar, siempre que te obedezcan, por el miedo connatural al siervo. En el caso del estulto confabulado, éste no se conforma con tan poca cosa para su ambición; Su afán es apoderarse de la potestas otorgada por la sociedad civil para disponer de poder con lo que hacer de su capa un sayo. Siempre en nombre de los ciudadanos, que resultan ser individuos asustadizos, errados en comportamientos y sin visión de futuro. Con el presente tienen suficiente tarea para no aburrirse.


En las sociedades del demos, la conjura de los necios necesita ruido, pero ruido de verdad, el que agota a la perdiz que, incapaz de alzar el vuelo, se deja cazar. En las otras, lo que impera es el silencio ante el ordeno y mando, e incluso la muerte para el disidente o en el mejor de los casos, ser reo de cárcel.


Los tochos de la confabulación procuran adquirir poderosos altoparlantes para hacer ruido, bien con la compra, el soborno o la mamandurria. Los cursis de las ciencias de la información -sí, otro oxímoron- también los llaman media y hablan de sociedades mediáticas, cuando lo más certero con tanto ruido sería pensar en las sociedades mediatizadas por la propaganda de los necios, con su caterva de tontos útiles.


El caminante que quiera no tropezar por la senda debería no dejarse engatusar por el dedo, la luna está arriba. También es bueno hacerse el sordo ante los cantos de sirena, ese ruido de los medios de desinformación de la masa, cuyas agendas del día, cuyas escaletas, están confeccionadas por gentes a sueldo de los conjurados.


Pero, cuidado, lo que más detestan los necios es la risa y es que el ridículo los mata como espíritus vacuos que son.

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