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Lacónico mensaje

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Cartas a Justo “No seas idiota”. Una alarma reiterada dos veces había precedido la aparición del mensaje en la pantalla de este teléfono al que han bautizado con el sambenito de inteligente. Me había asustado. No por el mensaje. Por aquellos dos campanillazos a deshora. Era él, resucitado. Pero el mensaje no traía prospecto, sin más explicación. ¿Por qué iba a ser idiota?, tecleé en respuesta inmediata. Por qué puedo ser idiota, aquí, ahora, Justo; por qué, pensé, entretando el aparato despegaba el contenido de la pregunta con el susurro de un cohete elevándose en el horizonte lejano. No hubo contestación. Como no ha habido tampoco a mis cartas, que imagino descansando en el buzón silencioso de todos esos mensajes perdidos. Quise provocarte con un cuaderno de quejas sobre los espejismos del alma. Con otras protestas sonrojantes sobre el imperio de la mentira; las mentiras cual verdades reveladas. Te dije que Frida vino, todavía sigue aquí, que

Una amarga gota

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Microcuento Imposible tocar La Comparsita y creer que se puede ser feliz. Dejó de tocar. Colocó el acordeón en el rincón que lo esperaba. Vio su espalda, aquel cuerpo en trajín, preparando algo que comer. El rumor de la lluvia les llegaba desde el patio. Si tu supieras, quiso decir; quiso.

El duelo

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Microcuento En la carta de navegación la posición era deprimente, quedarían días de navegación hacia ambas costas. En mitad del Atlántico Norte, el barco en silencio a merced del tobogán de las olas. Sin propulsión y con un marinero enfurecido navaja en mano. Morir ahogado o apuñalado. Cargó la pistola, convencido. Cramond