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La presunción del bienpensante

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E scribe Pablo D’Ors en Biografía del silencio : en el zen se enseña a dejar a los demás en paz, porque poco de lo que les sucede es realmente asunto tuyo. Casi todos nuestros problemas comienzan por meternos donde no nos llaman. Sí, creer que uno puede ayudar es casi siempre una presunción: el yo bienpensante acaba chocando con el ego del otro; el político generoso contribuye el incremento de la deuda dado que paga con la renta de capital que su sociedad no produce. En las relaciones próximas es difícil saber qué es lo mejor para el otro, pues habría que ser él o ella –asunto imposible– y estar viviendo en sus circunstancias. Quizá tenga razón D’Ors cuando comenta que hay que dejar que el otro sea lo que es.

En mi opinión

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BOLETA DE IDA Y VUELTA En mi opinión es otra de las fórmulas propias de la estupidez amada por el humano moderno, como efecto colateral de un acceso febril cuando hay empacho de democracia al llano modo de practicarla. Con la opinión de cada cual –hay tantas opiniones como culos llega a decir un personaje del cine– resulta ser que se dicen muchas palabras irrelevantes aunque sonoras, que son las que ofrecen la chispa a las conversaciones de café. La opinión irrelevante con pretensiones de categoría de pensamiento, ésa es la dañina y peligrosa, más cuando se transmite a la masa por radio, tele y prensa escrita, además del desembarco masivo en las playas de Internet y con los trinos de Twitter. Al referirse a nuestro territorio no es de extrañar ese comentario incisivo, de los que hieren, del bueno de Gustavo Bueno, filósofo: «En España tenemos el cerebro hecho polvo», frase que ha sido portada del ABC Cultural (nº 1.119). La masa que necesita creer más que entende

Del Dietario de Jabu (5)

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L os maestros del periodismo acuden al altar de la verdad siempre que se ponen trascendentes, tratando de aleccionar a los asalariados de la industria del info-entretenimiento, esos profesionales que construyen relatos que hay que vender en el mercado de la escandalera las más de las veces o bien sirvan para adoctrinar a una masa a la que también se ha elevado a ese otro altar de la ciudadanía. Suena huero el alegato por la verdad en la gran industria del espectáculo contaminante que, en su voracidad, también consigue alterar la pureza de la mentira.