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Esa mirada vacía por la que me asomo al infierno

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F ue un abrazo recio, de los que transmiten la intensidad de dos sentimientos que buscan reconciliarse. Fue la tuya una visita fugaz, en camino hacia lo inalcanzable. Desde que nos conocemos, Justo, siempre he asociado tus pasos a una incansable fuga. Un abrazo que todavía me duele; un placer, por el reencuentro después de tanto tiempo; un dolor sutil, ilocalizable en el cuerpo por esa tu inminente ausencia, sin sosiego para intercambiar una sarta de largas conversaciones que comprendan nuestro planeta hasta la próxima cita, de haberla. Tantas cosas por contarnos; un silencio por vencer. Ese misterio que nos rodea y al que apenas echamos cuenta, cuando solo se hace presente con la ausencia y la reflexión pausada. Me dices que quieres visitar en este viaje sin heraldos una aldea del Norte, donde se conserva un puente romano, un caserón con establo cuya parte trasera mostraba al río una galería que recuerdas tibia en las largas tardes de un verano, con los cristales riela

Ya va siendo hora de la confesión

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Y a va siendo hora de la confesión. Tendría que hacerlo, mejor hoy que en el mañana por venir; con orgullo, sin acto de contrición ni propósito de enmienda siquiera. Debo de pertenecer al paisanaje de segunda de esta España, que tanto se asemeja con su idiosincrasia al concierto de las naciones del occidente acomodado y presas de remordimientos por ser eso: naciones civilizadas, donde impera el Derecho y se salvaguarda la vida de las personas. El paisanaje de primera, sea cual fuera su condición social, profesión, ganancias económicas, su desocupación... ese paisanaje disfruta del espectáculo ofrecido por los programas de televisión para las grandes audiencias, los que sobreviven diariamente con el share de infarto; que respira libertad en facebook, twitter y demás redes –¿libertad y red no son antitéticas?–; que exhibe pornográficamente sus vergüenzas en youtube; que opina pulsando la tecla de me gusta o la del sí o la del no; ese paisanaje de división de honor que vota en las e

Quiero ser anónimo pero ya es tarde

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Q uiero ser anónimo, pero ya es tarde. Una representación de mi alma navega por las redes y su rastro habla de mí a máquinas, a seres desconocidos, que interpretan y llegan a saber más de quién soy de lo que yo sé. Justo, amigo, en los mares de Oriente transportas cosas medibles y que se pueden pesar y guardas silencio en tus afanes por arribar a puerto. Miserable de mi, al contrario, no puedo guardar ese decoroso silencio donde se cultiva la sabiduría, porque siento la necesidad de narrar la vida que uno cree asir, bien que su conocimiento se me escapa; un misterio que no sé desentrañar, a pesar de las vacuas promesas. Un don nadie, cuánta dicha esconde esta aspiración, cuando nuestras afanadas vidas nadan contra la corriente de todas esas informaciones que nos golpean en cuanto despertamos del sueño reparador de cada jornada y nos bombardean con esos estímulos para la acción en cuanto proyecto que somos; proyecto de algo: ¿qué? Siempre lo potencial, el se puede no sólo como i