El signo congénito de las cosas
Justo cuando comienza
a languidecer la primera inocencia anuncia su despertar uno de los grandes
enemigos de la existencia. Llega como brisa cálida, hedionda y arreciará a lo
largo y ancho de la vida de cada individuo, más de una vez con toda la fuerza
de un vendaval, y ya nunca se acabará, incluso cuando la segunda inocencia
relaje los años de la vejez. El fracaso es la asignatura suspendida de la
existencia. Del fracaso hemos hablado tú y yo desde que transitábamos aquella
adolescencia con la que fuimos otros, cuando condenábamos a la desconfianza a
quien cumplía los 20 años. Veinte años y lo acusábamos, a aquel quien, de
sospechoso, acomodaticio y negado para transformar el mundo. ¿Qué mundo? ¡Ah!
Las grandes palabras sin sentido, desnortadas de rumbo.
El mundo en transformación
siempre estará fuera de nuestro alcance, aunque los protagonistas se satisfagan
en la cresta de la ola, la misma que los arrojará revolcados a la orilla,
magullados por los cantos rodados, aturdidos por el bramido del agua hirviente
que los ha expulsado.
El fracaso
requiere de un arduo aprendizaje. Sobre esto es lo que quiero balbucear en esta
carta, Justo. Ya se que has regresado a los mares del extremo Oriente después
de visitar la aldea asturiana que perdiste en el laberinto de tu memoria inventada
y que nuestra Frida anda aventurera en un negocio de alfombras en Líbano. ¡No!
No me ha escrito, pero mi amigo Abdel tomó el té con ella en un cafetín de
Beirut hace poco tiempo y me lo contó de pasada, sin sospechar nuestra
preocupación por su ausencia, que seguirá en secreto.
Deje yo, deja tú
a Frida con su presente afán de alfombras persas. De esta aventura tendremos
cumplidas noticias, estate seguro. Para el caso de lo que quería hablarte, lo
común es confundir la parte con el todo y se habla del fracaso como la
conclusión de cualquier proyecto que no ha cumplido con las expectativas, la
destrucción de la ilusión por lo real. Fracaso contra éxito, este también
ilusión que choca con la realidad. Pugna causante de desdichas sin cuento, más
en una sociedad de la apariencia.
Frente a lo común
entendido, tomo prestado este verso de José Manuel Caballero Bonald en su afán
por olvidar lo aprendido: “Todos estamos marcados por el signo congénito de las
pérdidas”. Por esto mismo escribe el poeta que el fracaso junta a todos en una
misma franja de la experiencia humana.
Siendo tan
importante para el devenir sobre la
Tierra , nadie nos previene sobre las pérdidas que irán
sucediéndose hasta la pérdida final de uno mismo. Sí, los padres del presente
sobreprotegen a sus criaturas en la sociedad de la opulencia, ante el terror de
enfrentar la pérdida de la primera inocencia con las pérdidas que le sucederán.
Son testigos fidedignos del fracaso.
No están
dispuestas nuestras sociedades del occidente rico a soportar las pérdidas que
incuba lo real. Antidepresivos es lo que se suele prescribir, aparcando el sufrimiento
de las pérdidas en el solar destinado a las enfermedades
del espíritu.
No hay esperanza.
La resignación no es remedio.
Hay quien rotura
caminos en el mar, que se cierran a tu paso.
Otro crea una
nueva realidad no real que imagina siempre que encuentre las palabras.
Un abrazo.
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