Mamíferos humanos



No importa tanto el conocer los comportamientos comunes de los mamíferos humanos. Lo trascendente es que son vidas únicas, si uno se empeña en creer en el ser. Después mi contertulio saltó desde la altura filosófica que solía provocarle el vértigo de lo inefable y decidió conversar sobre el mirar; nunca solicitaba permiso para cambiar el tema, romper la melodía y saltar de género, sin esperar objeciones de cualquiera que se sentaba a la mesa del café. Ahora tocaba un vals.

Observamos y tendemos a juzgar, continuó, pero lo más hermoso es contemplar esas vidas que se presentan ante nuestros ojos, dejar que esas vistas sigan su curso.

La barcaza estaba atracada en el Avon, en el muelle fluvial de Bristol. La escena tuvo lugar en su interior, nos dijo, observando en nuestros rostros la reacción a los saltos de su discurso. El patache ya no navegaba y lo habían transformado en un pub ruidoso donde se servía comida popular, con esa colección de sabores que ni provocan el rechazo ni la adhesión inquebrantable.

No creo que superase en mucho los treinta, treinta y dos quizás por alguna arruga delatora en la comisura de sus labios cuando movía la cabeza, agachándola para escuchar, gustaba el tertuliano jugar con la retórica fantasiosa. Lucía un rostro grande, hermoso, con dos ojos de intensa mirada; una cara modelada con algunos rasgos andróginos, acentuados por su corte de pelo, con poquita melena, rubia, y flequillo. Estaba sentada a una mesa alargada junto con otras personas también jóvenes, en parejas. Podía observarla en diagonal desde mi asiento, incómodo, diseñado para que el cliente abandone sin demorarse el puesto una vez haya consumido con prontitud. De la celeridad de las comandas se encargaba con diligencia el servicio.

A su lado, ajenas a la conversación del grupo, festivo, una joven muy delgada de larga melena castaña la miraba con delicadeza, entregada. Aquella chica no dejaba de prestarle toda su atención, fuera con caricias en el rostro y cabello, fuera con besos furtivos, muy delicados, los ojos centrados en el objeto de su amor, una mirada que parecía suplicar complicidad. En la pasión, dijo, para aclarar la situación y volvió a observar a cada uno de los tertulianos, deteniéndose en cada cara. ¿Acaso había alguna duda?, parecía interrogarnos.

Y en esto llegó la sopa de tomate humeante y pedí otra pinta de John Smith, ya totalmente ajeno a las dos chicas. Mamíferos humanos, murmuró para sí como señal de que el turno de la conversación pasaba a otra boca.

En Bristol, en diciembre, impera el frío y la humedad que cala hasta el hueso.


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