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Propuesta de pregunta: ¿quién soy? Cualquiera puede bloquearse ante este asalto desvergonzado, pero es preciso no perder, ante todo, el sendero del pensamiento.

María Ángeles Robles tuvo la sabiduría de escribir en su delicado dietario Una senda en la penumbra (Ediciones de la Isla de Siltola, 2014) la siguiente reflexión: “En qué momento la memoria se reviste de la impostura necesaria para ser consecuente con la vida?”.

Sí, se trata de los recuerdos, los que nos permiten reconocernos en el espejo, bueno; inventarnos una biografía de la existencia propia, pues también o, simplemente, soportarnos en nuestro presente, en este caso el quizá es asimismo aceptable.

“Solo son felices las personas capaces de engañarse mucho a sí mismas”, escribe Adam Soboczynski en El libro de los vicios, lúcido y divertido (Anagrama, 2013)

El arduo sendero del pensamiento y la pregunta inoportuna a propósito de esos recuerdos que recomponen una personalidad; también en relación a la máscara que cada cual exhibe para tratar de ser admitido en la vida social.

La personalidad imprescindible para ser aceptado en cualquier tipo de sociedad. Todas valoran y premian la representación; mayor premio cuanto más se amolde uno e integre su falsa individualidad a la convención.

¿Quién soy? Para evitar el bloqueo al tratar de responder la pregunta inoportuna, a menos que sea una de esas personas al margen de las tendencias comunes, nada mejor por el momento que echar mano del pensamiento débil. Esa gran invención consensuada de las sociedades benéficas en su papel parental, protectoras, en las que los Estados simulan extender a los individuos, que son catalogados como ciudadanos, seguros de vida, cuya letra pequeña siempre coincide en dejar oscuro lo más evidente del contrato: te compramos el ser.

De vuelta a Soboczynski, puede ser que en su libro nos esté hablando de tantos y tantos ciudadanos benéficos, que no virtuosos, que son los que en definitiva les dejan ser, inventándose continuamente. Toda esa buena gente más o menos feliz que anda por las calles. 

Es de obligado cumplimiento ser feliz, dado que de lo contrario se padecerá con toda seguridad del repudio. Pocas veces algún sabio nos recuerda la importancia de anteponer al estado de sensiblería felizmente obligada un proyecto de vida.

Viene a cuento admitir que la bondad corresponde a la naturaleza humana, en tanto que la virtud es el arte que debe trabajar cada persona durante su existencia con el carácter y temperamento de que se dispone, la educación y como resultado la personalidad que vaya construyendo cada cual.

¿Quién soy yo? Muchos ni siquiera se hacen la pregunta, por democrática incapacidad. No merece la pena internarse en el laberinto. Es muy democrático no sobresalir en la servidumbre voluntaria.

En las sociedades benefactoras de pensamiento débil la desmemoria desempeña un importante papel terapéutico: ataca la soledad sufriente, inevitable; concilia con el rebaño; justifica las andanzas, siempre saboteadas por el azar, y además amortigua el dolor que provoca el permanente fracaso de la existencia. 

Si es que uno se deja arrastrar.


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