El miedo

Un loco desde su colina, que es el decorado de un estudio de radio en un plató de televisión, declama en tono dramático que él no se va a rendir y cumplirá en toda hora con el dominio de las riendas de su destino. Es un discurso, el suyo, romántico, hinchado de rebeldía, adobado con tono firme y rostro convincente. No me doblegarán con el miedo, viene a decir, y no me hincaré de rodillas. No quedan aquí recogidas sus palabras, de hechura poética, pero he tratado de reflejar con honradez su mensaje. ¿Tú crees, Justo, que nos mueve o paraliza el miedo? No ese miedo al daño físico y a la muerte en un conflicto violento, que sí nos moverá; el miedo a ser totalmente libres en una sociedad civilizada.

Me gustaría que a vuelta de correo electrónico me pudieras explicar cómo concibes eso de la libertad total.

Uno, que es idiota tal como tú me has acusado cuando he dado un paso atrás o me he quedado al límite de dar el salto, ha llegado a la edad del escéptico cuando topa con las grandes palabras, caso de total, como calificativo en este mi monólogo, de libertad.

Dejo a un lado la libertad reglada en una sociedad democrática bajo los poderes del Estado de derecho, que no es el objeto de reflexión del mensaje del comunicador televisivo que me da pie. Habla de la libertad individual de adoptar decisiones; esa libertad del individuo sacralizada en las sociedades posmodernas.

El individuo y el miedo; los dos son libres, el segundo en sentido figurado, aunque tan real como la propia subjetividad que tiene que tomar decisiones, decidir qué camino, asumir los errores, que son los más.

Sospecho, Justo, que los conceptos de total libertad y soledad tienen una relación íntima en los complejos, a veces oscuros, mundos de la subjetividad. Mantengo, Justo, que para navegar por los mares de estos mundos cada uno tiene que asumir la aventura de marcar la derrota, que es rumbo, que también puede conducir al vencimiento por quienes son nuestros enemigos, por los fantasmas a los que vamos dando vida, por tu propia inacción poseída del miedo.

En la edad del escéptico la sensación de fracaso se asoma al espejo cada mañana, esa hora traidora en la que todavía hay una posibilidad de hacer.


¿No crees Justo que el miedo alimenta los silencios? El no decir, quiero puntualizar. Tu y yo compartimos la misma mujer, aunque nunca hablamos de ello. Lo que sabemos es porque Frida habla.

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