Reivindicación del lector



















Una de las normas del periodismo es erradicar la primera persona al contar una historia; norma que lo es por tener excepción, cuando el testimonio del narrador es un valor crucial del relato. Como lo es esta confesión: soy un lector exigente, aristocrático y humilde en la búsqueda del conocimiento. Pertenezco a la clase leyente, concepto que copio de César Antonio Molina. Un lector, no importa que el soporte sea papel o digital, que se alimenta con cada libro. Un alimento del ser para estar en este mundo.

Esta clase de lectores podría parecer turba de numantinos en un mundo en extinción,  reemplazado por otro donde va imponiéndose el término hiper para describir el individualismo, la globalización la comunicación, el malestar... Todo es exceso. La cultura hace ya tiempo que no es tal, más bien industria cultural con su correspondiente aporte al Producto Interior Bruto estatal y creaciones que tienen que satisfacer, a la vez que incentivar, el gusto estético e intelectual de una mayoría rentable, siguiendo la lógica económica del capital. La referida clase de lector podría asemejar grupo de resistentes, mas no. Habría que clasificarlos como portadores del conocimiento de la sabiduría heredada y balbucientes exploradores de nuevos descubrimientos.

Un lector que no es el consumidor de libros de fábrica industrial al gusto del momento, de ahí que se considere aristocrático, sin importarle la mala prensa del concepto en las sociedades de democracia igualitaria. Su objetivo es el conocimiento a fondo, no la diversión, ni siquiera la fragmentación de informaciones que favorecen las pantallas en Internet, saltando de enlace en enlace, en muchas ocasiones sin garantía de la fuente, bien que éste sea un método que se sigue en las universidades actualmente.

Un lector que trabaja la inteligencia y se subleva contra su usurpación por parte de los medios de comunicación que anhelan y miman al consumidor. Esa inteligencia que fabrican las celebridades, los famosos como se identifican, «que opinan desde su incultura como si fueran sabios», como describe César Antonio Molina cuando opina sobre la cultura actual en La caza de los intelectuales: la cultura bajo sospecha (Destino). Unos medios de comunicación que sirven a las ideologías y a la cuenta de resultados de la empresa, desviando la atención cuando hay que explicar los porqués de ciertas posiciones en su función en la intermediación social. Agustín García Calvo se refería a estos medios como de «formación de masas», en los no tan lejanos tiempos de primacía analógica en la comunicación; hoy también sumidos en el exceso de las tecnologías, buscando su identidad en el nuevo mundo.

La reivindicación del lector no es talmente la del libro de la era Gutenberg, un bello soporte cuando se fabrica con esmero y amor a la artesanía. El lector estaba ahí cuando la sabiduría se transmitía en tablillas de arcilla, en papiros, en pergaminos, cuando se escribía y copiaba a mano e ilustraban las páginas de los infolios. El lector puede buscar su objetivo en la pantalla del ordenador, de la tableta, del libro electrónico. El riesgo de la civilización es dejar de explorar el conocimiento y perderse en el laberinto de Internet.

Vuelvo a la excepción de la norma del periodismo: como lector aristocrático y humilde en la exploración del conocimiento, reivindico la lectura como alimento del ser para estar en este nuevo mundo líquido que nos está arrollando como un tsunami.


Reivindicación que vuelco en un blog en Internet que se anuncia en este nuevo post. ¿Contradictorio?

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