Retírate en tu interior















He tenido que vaciar mi mente de palabras para poder albergar otras nuevas antes de comenzar a escribir esta carta, Justo. No se trata de una de esas bravuconadas mías. Debes creerme, tenemos demasiadas palabras en el cerebro, como si voltearan en uno de esos bombos gigantes que vemos en la televisión el día del Sorteo de Navidad. Así que, cómo va a darse a entender uno con tanta palabra desgastada. O bien, si uno consigue ensartarlas por oficio, acabará juntando líneas tan falsas como esos pensamientos distraídos con los que se evade la mente la mayor parte de las veces.

Nuestra común Frida (el todo cercano, la nada fugitiva) sigue sin aparecer tras el beso de despedida y el último mensaje proponiéndome compartir lecho cuando llegue el futuro. “¿Sabes que Frida me dijo que quería compartir conmigo la cama cada noche si es que llegábamos a viejos?”, con estas palabras te lo conté en mi última carta. ¿Sabes que me moriré sin entender a las mujeres? No, no es éste un pensamiento original. Semejante misterio también intrigaba a Pier Paolo Pasolini, según confesión hecha a un periodista español: “Y pensar que me moriré sin conocer el alma de la mujer”, le confió a Juan Arias.

A este silencio se añade tu pereza a las orillas del Caribe. Solo me dices que pescas en las aguas de las Islas del Rosario, que contemplas únicamente el paso de amaneceres y ocasos, que el fulgor níveo de la arena hiere los ojos al mediodía y que hasta los zancudos acaban por ser esa molestia necesaria para la vida cotidiana. Nada cuentas de quién te acompaña.

La pereza tiene pésima fama. Gran error de concepto. Como seres diligentes también somos seres infelices; es más, alcanzamos la muerte en vida. No lo sostengo yo, por mor de otro capricho mío, quiero recordar que ya Tito Lucrecio Caro, en los versos De la naturaleza de las cosas, advirtió de la pena de los diligentes, y antes que él lo hizo Epicuro. Conocer el origen de las cosas requiere desocupación.

¡Anatema bárbaro en las sociedades de la utilidad!

Refúgiate, retírate en ti mismo, cuando te veas obligado a vivir ente la muchedumbre, recomendó Epicuro de Samos. Me dices en tu carta que permanecer en reposo es una ardua tarea, te cuesta y que continuamente te traicionas.

Lo curioso es que las sociedades de la utilidad persiguen la felicidad, concepto este hinchado de vanagloria, lo contrario de la condenada fama de la pereza. A la felicidad por la utilidad. Tener, tener y tener. Nunca saciado. Yo también me dejo arrastrar, a veces, por ideas subversivas, como estás leyendo.


El caso es que no te acabo de ver pagado de tanta pereza. No acabo de verte abrazado a la práctica Zen. Es que me cuesta, ¡oh!, tú, Ulises, verte varado en la playa. Anda, cuéntame con quién andas.

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