Tiempos grotescos


Grotesco es un término que le viene como anillo al dedo al calificativo de lo que nos está pasando. Hay que nadar en el mar políticamente correcto; mantener en silencio los mil y pico casos de niñas blancas maltratadas, vejadas, violadas de Rothenham en el corazón del Reino Unido para sustentar el andamiaje de una sociedad multicultural; rebuznar que la cultura de la seguridad es facha, tardofranquista, retrógrada, en denuncia del periodista Ignacio Camacho y reírnos, cómo no, al enterarnos por la bruja Adelina de que Jordi Pujol, personaje que acude a una curandera para acabar con su tic facial supera la ficción de un líder espiritual, quien como el personaje de Miguel Delibes no tiene madera de héroe. Nadie la tiene.

Tropas rusas invaden Ucrania, voluntariamente y para hacer turismo, parece ser, según una versión oficial, grotesca. Rebanar pescuezos en el nombre de Alá impacta en YouTube y en las televisiones del mundo, que comentan el degüello procurando no ofender la sensibilidad del telepaciente. Sobre la sedación social, el alivio ante el terror, ya previno Stefan Zweig en sus memorias: aquel Neville Chamberlain que volvió al Reino Unido diciendo haber convencido a Hitler.

También previno el político y escritor irlandés Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”.

Marguerite Le Pen comienza a soñar con la Presidencia en Francia con el empujón de las memorias íntimas de Valérie Trierweiler, por venganza de mujer despechada: Merci pour ce moment. ¿Se lo recrimina a François Hollande, el socialista de los desdentados? José Manuel Mariscal, recio y carpetovetónico camarada del Partido Comunista de Andalucía, también sueña con un frente de izquierdas contra el bipartidismo borbónico, sin faldas y a lo loco en la persecución del frente popular. 

Tiempos donde lo extravagante deja de ser pesadilla.

Fernando García de Cortázar, historiador, ha denunciado estos tiempos en los que la civilización se retira por el foro empujada por una sociedad que quiere no madurar, con líderes que para convencer tienen que demostrar estulticia ante las masas. Este simplismo incívico donde habita el olvido, escribe.

No se debería olvidar el consejo de Séneca, ante la masa del pueblo: “Nunca he pretendido agradar a las masas, pues lo que a ellas gusta yo no lo conozco, y lo que yo sé está muy lejos de su sensibilidad”.


Pero todo buen ciudadano sabe que los consejos, mejor guardarlos en el desván de la mollera de cada cual, para evitar disgustos, más cuando se puede comprobar que todo tiende a mejorar en asuntos donde prima la estupidez; o sea, que ésta engorda con el transcurrir de cada día.

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