El futuro en espera
















Cuándo llegará el futuro, pregunta tópica de los seres anhelantes, aquellos dominados por el ansia del vivir el mañana. El futuro se escribe con V para miles de manifestantes en Barcelona, adiestrados en la ambición del paraíso de las maravillas; se persigue con limpieza étnica y religiosa, amparándose en el Islam, con miras a reconquistar Al-Andalus, entre otras obligaciones de la Yihad, en su versión Guerra Santa; se camela en esa utopía de todos igualmente miserables mediante la campaña de marketing de la marca Podemos. Gabriel Albiac, en su versión filosófica ceniza, nos recuerda al mejor Bruce Springsteen: «Todo muere, chica, eso es un hecho». Uno llega a dudar de que el tal futuro tenga existencia, más allá del presente y los escasos recuerdos que van quedado del pasado.

«La amnesia nos ha hecho caer en las mismas trampas una y otra vez y, como coartada de parte, falsificar la Historia. La utopía nos ha llevado a perseguir sueños que con machacona reiteración concluyen en frustraciones, y en ciertas épocas se presenta como el espejismo de un oasis en desiertos cuyas dificultades hay quienes se resisten a afrontar», advierte en una de esas Terceras del ABC Juan Van-Halem. Está refiriéndose a la historia de España.

El caso es que para que nos bajemos del caballo, nada más radical que la sospecha de Stephen Hawking, escrita en el prólogo del libro Starmus: 50 años después: el bosón de Higgs, conocido como la partícula de Dios, podría destruir el Universo. Acabáramos.

Dicho lo anterior la propuesta es quedarse con el presente, el que obliga a ser un optimista que maneja buena información, lo que inevitablemente se transforma en ser todo un pesimista sobre el destino de la humanidad, concepto algo inabarcable, más comprensible cuando hablamos de la convivencia entre vecinos. ¿Y qué decir al respecto de la conllevanza de uno mismo?

El presente es el reino universal del ruido informativo, con el desasosiego palmeándote el hombro a la vuelta de cada esquina, en una carrera continua llena de obstáculos, cuya meta muestra el siguiente lema en pancarta suspendida de: Más crees saber, mayor soberbio ignorante se es. Algo inconcebible por cierto en la sociedad en red.

Al respeto Jaime Martínez Mantero abre todo un campo de reflexión y puesta en práctica: «Cuanto más ignorante se es, más resistencia se ofrece a salir de esa ignorancia». Claro que la ciencia permite alzar rascacielos, curar enfermedades o alargar la vida, argumenta, forma parte del progreso humano, aunque habrá gente que se tire de los rascacielos o no sepa qué hacer con su sana, larga y vacía existencia. A Mantero lo cita Carlos Colón cuando raja contra la tontuna de las redes sociales y el supuesto igualitarismo de Internet. Escribe Martínez: «El soberbio ignorante ha encontrado en Internet un cauce para expresarse, para alcanzar sus minutos de gloria». El antídoto es un clásico, la apuesta por una dirección ética de la existencia, disfrutando de la experiencia y sin horror a afrontar los horrores de lo que somos, a pesar de. Se sigue llamando humanismo.

En Zaragoza, entre 1488 y 1491, se imprimió La historia de los siete sabios de Roma. No se trata de uno de esos libros difíciles de asimilar, para eruditos. Es una colección de cuentos anónimos, que gozó de gran popularidad por todo el orbe alfabetizado. Un particular de Escocia lo tiene en su colección. Se trata del incunable más antiguo en castellano de esa obra del que se tiene constancia en este presente. En Escocia, donde también padecen el ansia del futuro paraíso que nunca llegará, aunque el uniforme oficial ya la inventaron: ese kilt que el hombre bragado ha de portar sin prenda interior.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ofelia contra la señorita mojigata

4 Tiempo de descuento

Esas rubias auténticas