Un beso en el tabanco
T enía unos ojos vivos, que aquella tarde de domingo miraban con malicia al joven acompañante desgarbado y tímido. La mujer podría hacerse pasar por una cariñosa tía altruista en la capital, como careta moral fantástica, solo que su mirada estaba al servicio tiránico del placer. Aquel sobrino era una perita en dulce, tan sensible; la inocencia de un explorador con su carne dura, fresca. Un pobre estudiante aturdido, desmañado, sediento; intrépido aventurero del Madrid golfo, en todo momento dispuesto a ofrecer escenas para los presuntos escritores emigrados de provincias con la intención de conquistar la gloria. Tarde de domingo, tonos templados ocre y verde en el paseo de Recoletos, por el que habían andado, con conversación liviana y muchas bromas, hasta entrar en el tabanco tras la caminata; cueva abierta ante la amenaza de la noche recién estrenada, acogedora, con todos aquellos clichés de un Jerez cañí, el aroma a oloroso, el bullicio de toda aquella gente amparada, las amar...