Periodismo bajo sospecha













BOLETA DE IDA Y VUELTA

Recordar con respeto y cariño a quien ya no tendrá la oportunidad de defenderse con propia voz está bien. El periodista Benjamin Bradlee ha muerto. Quien levantara el Washington Post al Olimpo de los mitos de la vieja Prensa, el que impulsó a los reporteros del caso Watergate, quien defendió las buenas historias en el periodismo, merece el recuerdo.

Su fallecimiento es una oportunidad para reivindicar la importancia del periodismo noble en la búsqueda de la verdad y de la Prensa como intermediaria social entre los ciudadanos y los distintos focos de poder. Sí, una reivindicación liberal, en un tiempo en el que la información como mercancía y el entretenimiento se ha instalado en los medios de comunicación y los periódicos impresos en papel parecen tener los días contados.

Un tiempo en el que muchos periodistas de relumbrón mantienen una alianza con los personajes encumbrados que manejan el poder político, económico y social del Estado; alianza conflictiva, turbia casi siempre y fraudulenta cuando se crean realidades virtuales para persuadir a los ciudadanos.

Los periodistas, un grupo social presto a perdonar vidas y haciendas; poco dispuesto a reconocer sus errores, la ignorancia y las malas prácticas profesionales, que sí que exigen a otros colectivos.

Bradlee sacó al Washington Post de la mediocridad provinciana de un medio de comunicación, un viaje brillante que ha desembocado por el momento en manos de una compañía de Internet, como un negocio más de la firma que persigue el arcano de la gran memoria del mundo.


Recordar con respeto y cariño a quien ya no tendrá la oportunidad de defenderse con propia voz es un acto hermoso. Mantener en el siglo XXI al periodismo bajo sospecha puede ser un acto de saludable ciudadanía.

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