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Mostrando las entradas etiquetadas como Literatura

Un escritor de hoy en día debe vivir un tormento

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BOLETA DE IDA Y VUELTA Un escritor de hoy en día debe de vivir un tormento; un vivo sin vivir con el tema de la promoción de su último libro. Claro que es condición imprescindible que sea escritor o escritora de cierto éxito, con reclamo para que el respetable se rasque el bolsillo con la apetencia de dejarse llevar, de compartir las ficciones de autor y lector, que a veces casan, otras no… Cosas del vivir. El tormento de inventar la frase ingeniosa que le ofrezca en bandeja un titular al periodista que atiende la llamada de la editorial, dichoso de participar en el juego del periodismo cultural. ¡Ay! cuando se tiene la certeza de que la cultura es el todo y la realidad un devenir cotidiano. Sí, los medios deberían abrir su contenido con las noticias de la Cultura, desde esta perspectiva. La frase con ingenio, esa maldad moderna que destripó José Antonio Marina elogiándola y refutándola. "La historia siempre la han escrito los hombres" leo que ha dicho Sofi O

El Plan de Gabriel

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Microcuento Fue aquélla una explosión sorda que asustó a todos los viajeros, inofensiva.  Aunque el reventón de la cámara de la bicicleta de un ciclista que acortaba distancias en tren, cambiaría la percepción de las cosas que hasta aquella tarde de un invierno benigno tenía Gabriel. Bajó en su estación con el corazón encogido, todavía; poseído de un odio infantil hacia las maquinas de pedal o, más precisamente, hacia los esforzados militantes del sudor que las manejan, capaces de sobresaltar en las aceras y de ser cómplices en despedazar sin remedio pensamientos sutiles en los vagones de los trenes. Gabriel comenzó a andar. Nunca había caído en la cuenta de que en su ciudad hubiera tantos ciclistas entorpeciendo su camino. Aquello era serio. Al llegar frente al portón de su amado hogar tuvo la inspiración del plan antes de  girar la llave. En el telediario local de hoy he podido contemplar a cientos de ciclistas en manifestación. Impo

Tan solo un segundo

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Microcuento Lo dejó marchar sin un grito más. Vio como caminaba sin mirar atrás por el largo pasillo. Contó uno, dos, tres... hasta treinta y cinco segundos. Abrió silenciosamente el cajón derecho del escritorio. La culata estaba fría. Un segundo tan solo y en el aire restalló el estampido del arma. El viejo taller.

La inocencia

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Microcuento Aquel higo le satisfacía con dulce placer y desde la rama, a horcajadas, dominaba la pradera en descenso hasta el riachuelo. Años después recordaría una y más aquel dominio señorial que sintió en la higuera y tantas otras veces aquel atardecer cuando perdió el privilegio de ser dueño de si. Un rayo verde

Vives mientras estás muriendo

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La frase había viajado desde alguna lectura, lejana en el tiempo. Ahora vegetaba como idea en su mente, provocándole la desazón con la que convivía desde que lo asaltó durante el paseo del martes, una semana hacía, justo cuando desembocaba en la plaza asolada por niños gritones, bárbaros que ni siquiera le cedían el paso; lo arroyaron o lo intentaron. Recordó el azul pastel sin nubes de la tarde limpiando las fachadas de oriente y los chorreones de una luz mustia de crepúsculo que iba abrazando el otoño. Corrían, tropezaban, peleaban; gárrulas criaturas vigiladas por aquellas jóvenes madres orgullosas bordando tiempo bajo la umbría de los dragos.  Estas sensaciones como si fueran gasas de nubes, camino de casa, y la desazón, el vacío de todos y cada uno de los actos que quería protagonizar. El sinsentido de tanta actividad. Aquél era un paisaje urbano en el que el sol doraba las blancas azoteas. Eso es lo que había observado cuando cruzó la plaza. Ahora no cabía la

Solitario

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Claro que era una víctima de la sociedad audiovisual que creía controlar desde su sofá. Totalmente plástica y siempre reconfortante. Incluso aquellos cadáveres masacrados que se asomaban unos segundos en la pantalla LCD le aliviaban de su miedo más profundo. Mueren los otros. Pero sonreía siendo el rey del mando cuando quitaba la palabra a los bustos parlantes. “¡Anda ya!” Sonaba un instante en aquel salón. El rey del mando

Un síncope

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Alguien que conoces remotamente desaparece de tu vida sin pedir permiso. —Tu debías conocerlo. ¿Sabes que Nené ha muerto? El óbito te provoca desazón. No sabes al punto de quién te están hablando, pero algo en tu azotea comienza a investigar al instante. —Sí que lo tienes que conocer. Más tarde tecleaste su nombre en Google. Aquel nombre algo te dice. Lo viste cuando subió al autobús. Recuerdas como se sentó a tu lado y te entregó una octavilla fotocopiada. Cambiar este mundo desde el Ayuntamiento. Un desatino de tantos, pensé cuando me hablaba en el autobús, camino del trabajo. Murió de un síncope. Esas pequeñas cosas de la vida cotidiana.

El plan de Gabriel

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Fue aquélla una explosión sorda que asustó a todos los viajeros, inofensiva. Aunque el reventón de la cámara de la bicicleta de un ciclista que acortaba distancias en tren, cambiaría la percepción de las cosas que hasta aquella tarde de un invierno benigno tenía Gabriel. Bajó en su estación con el corazón encogido, todavía; poseído de un odio infantil hacia las maquinas de pedal o, más precisamente, hacia los esforzados militantes del sudor que las manejan, capaces de sobresaltar en las aceras y de ser cómplices en despedazar sin remedio pensamientos sutiles en los vagones de los trenes. Gabriel comenzó a andar. Nunca había caído en la cuenta de que en su ciudad hubiera tantos ciclistas entorpeciendo su camino. Aquello era serio. Al llegar frente al portón de su amado hogar tuvo la inspiración del plan antes de  girar la llave. En el telediario local de hoy he podido contemplar a cientos de ciclistas en manifestación. Imposible circular por esta ciudad, donde todos pinchamo

Manual para subir una montaña

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No son éstos los tiempos para pusilánimes ni para irresponsables ni bocazas. Detuvo su mirada unos segundos en esta frase que acababa de escribir. Luego cerró el cuaderno y dejó sobre la tapa el lápiz. La luz lechosa que difuminaba la habitación delataba que fuera seguía nevando. Caminar contra la ventisca resultaba penoso, sin embargo sentía placer. Dos horas más tarde estaba de vuelta, frotando sus manos al calor de la estufa. La luz  dorada ahora brillaba oscilante en la habitación. Los hombres estoicos siempre han advertido a los epicúreos de que todos los tiempos no son aptos para los pusilánimes, irresponsables y bocazas, continuó escribiendo con letra picuda en aquel cuaderno. Patio sevillano, mayo.

La manzana

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Hace unos cincuenta mil años nació la vida artística, dicen. Cuentan que alguien rimaba palabras junto a la hoguera. Llovía intensamente afuera de la cueva. La velada se presentaba larga. Aquel individuo les habló de una manzana, dulce y ácida. Se expresaba tan bien que acababa hipnotizando a su auditorio y por eso todos se alegraban cuando se arrimaba a su lumbre. ─¿Y cuándo sucedió lo que cuentas? ─le insistían. ─Hace mucho, mucho... En el Paraíso ─les confortaba con voz ahuecada y un gesto de su mano huesuda y flaca. Que nunca empuñó hacha. ─¿Y qué quería ella? ─apuraba otro el relato. ─¿Ella? Se llamaba Eva y siempre había querido ser una princesa.   Reina y damas de honor de la Feria de Primavera de Vejer de la Frontera (Cádiz).

'Ekintza'

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De haberla conocido a tiempo no la habría obligado, pero es que la verdad busca esconderse cuando uno rehúye su mirada. Confió en Idoya y le propuso que lo acompañara más tarde. Era leal. ─Esta noche toca el batzoki de Gros ─le había comentado al despedirse, al oído. ─Es fácil, sólo tienes que estrellarlas contra la fachada ─la iba tranquilizando cuando embocaban la calle San Francisco. Debería haber saltado del coche, arrojar los cócteles y volver a sentarse a mi lado. Una acción rápida, segura. Debería, pero se quedó allí, de pie, mirando las llamas y rompió a llorar. Ekintza: acción directa     Tormenta en el Paseo de invierno.

Una habitación con vistas

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La ventana de la habitación permitía una hermosa vista del Panteón de Agripa. Abajo, la Piazza della Rotonda bullía con personas en tránsito a la luz ocre del atardecer romano.   Él surgió de una callejuela de la izquierda. Ella avanzó a darle el encuentro. Blue jeans y cazadora de ante. Falda plisada a media pierna y una chaquetilla crema primaveral. Un periódico en la mano él y el bolso a juego con sus zapatos de ella.   El petardeo llegó antes que la moto. Uno, dos disparos secos. Rápidamente el paquete descabalgó y los remató. Nunca más volvieron a verse. Piazza della Rotonda.

Ciegos sin remedio

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Mi particular señor Keuner atiende cuando le llamas Sigifredo, sin aditivos; así que queda ante el lector como el señor S. ─Los libros nos abren los ojos y enriquecen nuestras mentes. Sin ellos estaríamos ciegos en este mundo ─le iba diciendo durante el paseo un entusiasta de la lectura, al que conocía vagamente y a quien estaba dispuesto a escuchar por cortesía. ─Piensa en todas esas bibliotecas donde se almacena tanta sabiduría ─seguía argumentado aquella persona letrada. ─Y esas bellas encuadernaciones, no sólo los incunables, esos atractivos textos de bolsillo en las estanterías de El Corte Inglés ─admirábase el ahora esteta. El señor S se detuvo y lo miró de frente entonces. ─Bien podría tolerarte tu admiración por Los hombres que no amaban a las mujeres, pero rehazo que en el saco hagas loa del Mein Kampf.   Casa en el centro de Sevilla.

Crónica de papel salmón

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Cómo jerigoncea la jerigonza cimarrona en la boca del señor que dice Diego donde dijo digo. ¡Quítese allá un punto! Y dos décimas de añadidura, que el deber de pago es obligación; que no triquiñuelea, salvo de parte de ardid, un hombre de do de pecho. Claro que haberlos, haylos, los de do en pecho con traje de corte bien sastreado, uniforme muy adecuado para camuflar el tocomocho. Señoras de postín que no falten tampoco a esta merienda de negros; nada de género hay en el trasunto, que en cuestión de do, el pecho también lo da la soprano. Pajarín, que te siseo con esta sonrisa que el Todohacedor me ha concedido por graciosa majestad. Un puntín con dos decimillas de calentura, que nada es apenas ese puntazo de quince mil millones que se queda en la caja fuerte, a la espera de mejor ventura, quién sabe, o de desgracia si llegan mal dadas por las tronantes órdenes de quienes aviesos lo quieren todo. Todo y más, si se inventa el modo. Do de pecho digo Diego, que en habiendo molinos, yo les

Escribe que algo queda

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Quizá el que escriba lo que persigue es una narración de la propia vida. Quizá el que escriba busque la forma de inventar un mundo que habrán de comprar otros. Es posible que quien escriba piensa tan sólo en voz alta. También es posible que escriba para dialogar con los que ya no son. Quien tiene por profesión el escribir se debe a los que le van a comprar sus productos, que son producto de su vida, de su mundo inventado, de sus pensamientos, del diálogo con los que le mostraron el camino. Quizá lo único importante es dar cuenta con signos de que aquí estamos. Estuvimos. Estaremos. Una escritora causa revuelo en España porque anuncia que dejará de escribir para que no la pirateen, dado que vive de sus letras. Eso es lo que me llega de su denuncia. Pues qué bien: ¡viva el marketing! Lucía Etxebarría claro que puede quejarse, dejar de escribir novelas incluso, denunciar el mundo artístico-editorial, denostar la sociedad, quejarse, en fin de esto y de lo otro, como cada

'No es posible vivir sin lamentarlo'

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Es un verso del poeta Francisco Bejarano (Jerez de la Frontera, 1945): “No es posible vivir sin lamentarlo”. Con él finaliza su libro Recinto murado (1981). Acabo, por el momento, de vivir la intensa experiencia de leer la antología (1977-2002) titulada Un juego peligroso , en edición de José Julio Cabanillas, con poemas escogidos de los cinco libros publicados por Francisco Bejarano, al que se incluye en la generación de los setenta. Poeta que dirigió dos excelentes revistas literarias: Fin de siglo (1982-1985) y Contemporáneos ((1989-1991). Los libros de esta antología son: Transparencia indebida (1977); el aludido Recinto murado ; Elogio de la piedra (1981); Las tardes (1988), que fue Premio Nacional de la Crítica, y El regreso (2002). A quien le guste el libro como artesanía delicada, disfrutará con esta joya que ha sido publicada por La Isla de Siltolá , dentro de la colección Arrecifes, este mismo otoño; una colección que por el momento también reúne obras de Aquilino Du

Historias de un dios menguante

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Hay personas a las que les gusta masticar la literatura. Quiero decir, les gusta el aroma, el color, su sabor. Disfrutan de los instantes que dura la degustación... Claro, que lo normal es que sean horas dosificadas y que suponga un esfuerzo. ¿Está usted en disposición? Responde al título de Historias de un dios menguante . Es un libro nada voluminoso. De relatos. José Mateos no tiene nombre comercial, como escritor. Pero es un gran escritor. José Mateos, en Jerez de la Frontera, 2011. Nació en Jerez de la Frontera, en 1963. Escribe poesía, también, y coquetea con la filosofía, gran palabra ésta, aunque lo que quiero decir es que le gusta pensar, habiendo estudiado a los maestros del pensamiento. Historias de un dios menguante está publicado en la editorial Pre-Textos, en su colección de narrativa contemporánea. Reúnen sus paginas nueve narraciones. El caso es que las he leído, las historias, dosificándome. Una, que repose... La segunda, que se asiente... La siguiente, que c