No hay otra opción


















Cartas a Justo

Cuando los veraneantes huyen en estampida porque les reclaman los deberes de la ciudades, ocupaciones profesionales, la educación de los niños, el hogar, Puerto de Vega vuelve a sus rutinas marineras sin espectadores, a las labranzas en los huertos que dan alubias con denominación de origen. Vuelven a escucharse los bofetones del Cantábrico contra los diques de contención que protegen con su laberinto el recóndito puerto refugio. En la rula se subasta el pescado y el conflicto con la vecina Luarca por la codicia del percebe salta a las páginas de la prensa. Ya el Nordeste pica en la piel y tú sientes nostalgia, Justo. No te importa que andes navegando con las escotillas trancadas, a toda máquina, con el insomnio en la pantalla del radar, sospechando de todos esos destellos que se desplazan con rapidez. ¡Los malditos piratas del Estrecho de Malaca!

Sientes nostalgia de tus tierras, sus sabores y saberes. Te acompaño en el sentimiento.

He leído más de dos veces tu carta, acabo de hacerlo una vez más... “Qué solos se quedan nuestros muertos”, escribes, asesinados por el hecho de tener la condición de españoles. Cada vida como moneda de cambio. “Ahora, sin tiros, van ganando batallas”, dices.

Releo tus argumentos y te respondo: la guerra contra el terrorismo, una vez iniciada, no debe detenerse hasta desarmar y abatir al enemigo.

Abatir en su primera acepción: derribar, derrocar, echar por tierra. En su quinta: hacer perder el ánimo, las fuerzas, el vigor.

Esta es la obligación del Gobierno, con la ley y con la fuerza legítima que el pueblo ha depositado en sus manos.

¿Que tendrás que hacer en el caso, que nunca sea, de que los piratas asalten las cubiertas de tu barco? Te defenderás, porque en ello te va la vida. No hay otra opción.

Vale.


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